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No te compro por tu origen

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Cuando la Irish Land League propuso rebajar el precio de los arrendamientos para paliar las penurias de los agricultores y granjeros irlandeses de finales del XIX, el administrador de las fincas que el conde de Erne disponía en el condado de Mayo se opuso drásticamente y expulsó de sus tierras a los miembros de la Liga.

Charles Parnell, su presidente, reaccionó rápido. Aunque la suya no fue una respuesta violenta. Parnell convocó a agricultores y comerciantes para sugerirles que dejasen de trabajar y vender al administrador. Este se vio obligado a contratar a gente y a obtener provisiones de otros pueblos, lo que le supuso un coste adicional con el que no contaba y que acabó por diezmar sus ahorros. Cuando el periódico The Times se hizo eco del suceso, se refirió al bloqueo al que se sometió al administrador como «boycott», tomando como epónimo el apellido de este: Charles Cunningham Boycott.

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Era la primera vez que el término se utilizaba en este sentido aunque no fue el primer el boicot de la historia. A lo largo de esta no son pocas las ocasiones en las que se ha recurrido a los bloqueos comerciales como forma de protesta ante una situación considerada injusta. En ocasiones, el objetivo a boicotear no depende tanto del «qué» como del «dónde», esto es, del origen del producto en cuestión. Ocurrió cuando Gandhi propuso a sus compatriotas dejar de comprar productos británicos como forma de protesta contra la ocupación de este imperio en la India. O recientemente con el boicot propuesto desde diferentes plataformas mexicanas que proponían no adquirir productos estadounidenses para manifestar su rechazo a la política xenófoba de Trump.

En España, el denominado conflicto catalán lo convirtió en tema de actualidad hace un tiempo y aún hoy hay quien lo mantiene en vigor. El boicot comercial que algunos consumidores promovieron contra los productos y marcas originarias de dicha comunidad puso en alerta a las compañías de la zona, temerosas de que el enfrentamiento político entre el Gobierno central y la Generalitat acabase repercutiendo en su cuenta de resultados.

Con el llamado giro soberanista emprendido unos años atrás por el gobierno del entonces president Artur Mas se intensificaron las voces de quienes animaban a dejar de consumir productos de marcas catalanas como represalia a las pretensiones de los nacionalistas.

El cava fue una de las cabezas de turco. El sector calcula que en la última década las ventas en España han caído más de un 12% y achacan buena parte de la culpa al enfrentamiento político. Las exportaciones, que siguen en aumento, palían en parte aquella mala cifra, aunque para algunas de las empresas de esta industria no resulta suficiente.

Desde internet, grupos de consumidores elaboraban y compartían listas de productos a boicotear, la mayoría de ellos pertenecientes a la industria alimentaria. En ocasiones, estas se completaban con propuestas de marcas de otras procedencias que podrían servir de alternativa a las prohibidas.

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El rechazo a lo catalán no solo provenía del consumidor final. Algunas empresas se posicionaron contra todo lo procedente de alguna de las provincias de aquella región. Uno de los casos más sonados lo protagonizó una compañía gallega, que paralizó el pedido de uniformes para sus empleados que había realizado previamente a una empresa de confección de Vilanova d’Escornalbou, en Tarragona, alegando como única causa su «rechazo ante la actitud de los gobernantes catalanes».

Por su parte, algunos grupos independentistas decidieron contraatacar alentando a los suyos de dejar de comprar productos de marcas que no etiquetasen sus productos en catalán. Algunas de las señaladas, entre ellas Coca Cola o Danone, tuvieron que salir al paso y explicar el porqué no lo hacían. Entre sus razones alegaban que el escaso espacio de las etiquetas les hacía imposible utilizar todos los idiomas oficiales de la península.

Antes de las catalanas, fueron empresas del País Vasco las que sufrieron el rechazo de parte del mercado español simplemente por su origen. Ocurrió antes del anuncio del alto el fuego por parte de ETA, cuando algunos consumidores señalaron a ciertas empresas vascas de financiar o apoyar de alguna forma u otra a la banda terrorista.

En los últimos meses, han saltado a la palestra sendos boicots hacia dos películas por las opiniones de parte de sus respectivos elencos sobre los españoles. En el caso de La reina de España, de Fernando Trueba, fueron las declaraciones de este donde aseguraba no haberse «sentido español ni cinco minutos» en su vida las que provocaron el movimiento que desde las redes sociales incitaban a no acudir a las salas de cine en las que se exhibía el film. Con algo más de 350.000 € recaudados durante el fin de semana de su estreno, no fueron pocos quienes achacaron tal batacazo a la citada campaña en contra.

Distinto resultado obtuvo la cruzada promovida para boicotear el estreno de El guardián invisible en la que participara la actriz Miren Gaztañaga. La intérprete saltó a la actualidad un tiempo atrás por tachar de «atrasados culturales» a los españoles en un programa de la televisión. Los más ofendidos recurrieron incluso al spoiler vía WhatsApp, desvelando a sus contactos el desenlace del thriller de Fernando González Molina con tal de hacer la pascua a Gaztañaga. Cosa que, al parecer, no consiguieron ya que la película obtuvo la recaudación esperada en taquilla.

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A los conflictos domésticos se unen otros de carácter internacional que han propiciado más de un boicot comercial. En los últimos años, los productos procedentes de Israel han sido objeto de bloqueos por parte de plataformas afines a la causa palestina. Algo parecido ocurrió hace unas décadas con marcas de origen sudafricano, que fueron vetadas por diversos colectivos de todo el mundo como forma de protesta contra el apartheid.

Hacer daño al bolsillo de las grandes corporaciones y, por ende, presionar al gobierno del territorio del que proceden es el fin de este tipo de iniciativas. Para unirse a la causa, los consumidores más o menos concienciados con ella solo tienen que mirar la etiqueta del producto o consultar en internet para conocer su trazabilidad y saber a ciencia cierta si la marca en cuestión es «enemigo» a batir (= no comprar), o no.

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Nos interesa más lo que tenemos cerca

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En periodismo se estudian mucho los criterios de noticiabilidad. Algo es o no noticioso dependiendo de distintos factores: por ejemplo, su novedad, su gravedad, la cantidad de personas implicadas…

Uno de los criterios más claros de noticiabilidad es la proximidad geográfica. Difícilmente un cambio de tarifa en el metro de Madrid podría ser noticia en un diario del Reino Unido; pero sí debería serlo en un diario local de Madrid.

Es un argumento clásico el de lamentarse de que en las noticias importe más un muerto en un atentado en Europa que miles de muertos en un país lejano que está en guerra. Ciertamente no parece muy considerado, pero tiene su explicación. Que algo ocurra en una ciudad como la tuya o a una persona parecida a ti (en edad o en estilo de vida, por ejemplo) hace que pienses que podría pasarte a ti en cualquier momento. Por eso te sobrecoge mucho más que una desgracia lejana que ocurre en un país con una situación muy distinta que no es probable que se replique a tu alrededor. El interés por lo que tenemos más cerca no deja de implicar un cierto egoísmo.

La publicidad utiliza ese egoísmo y esa visión sesgada de las personas que se limita a un pequeño espacio a su alrededor. No solo se refiere a la cercanía geográfica, sino también a la cercanía psicológica y empática.

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¿Por qué, si no, vemos tantos anuncios que dicen cosas como «el preferido de María, Pedro y Juan»? En este caso no estamos hablando de cercanía geográfica, sino emocional: la publicidad busca nombres muy comunes para que al destinatario le suenen familiares. Es muy probable que los que ven esa valla o ese spot conozcan a alguna María, algún Pedro o algún Juan.

En esa búsqueda de cercanía, la publicidad presenta espacios o vestimentas que están de moda. ¿Se llevan las barbas? Pongamos actores con barba, a ver si, con suerte, a la persona que ve el anuncio le recuerda a su vecino o a su novio y le cae simpático. El lector se siente más atraído por lo más cercano a sus intereses, preferencias y aficiones.

A ese mismo motivo obedece el ya algo trillado recurso de e-mail marketing de llamar a cada persona por su nombre. Ayudados de un poco de programación, los mails promocionales te aseguran que esa oferta o información es exclusiva para ti y tu cabeza se remueve al leer tu nombre, aunque en el fondo sepas que esas herramientas distan de ser personalizadas.

shutterstock_687267430Las noticias irrelevantes se vuelven relevantes en las distancias cortas. Las fiestas de un pueblo son algo de interés para ese pueblo. Y los comerciantes de distintos productos, aunque no sean necesariamente productos locales, pueden jugar a serlo para que la gente de una determinada área les mire con mejores ojos: se llama segmentación.

Si haces camisetas en las que pone «Orgulloso de ser de Ávila», por ejemplo, y las replicas en distintas ciudades adaptando su nombre, estás segmentando el propio producto y aprovechándote del interés especial que suscitará en cada lugar.

Si el producto es el mismo, también puedes hacer segmentación de su publicidad. Por ejemplo, anunciar unas mismas galletas poniendo en una ciudad «en el Rastro hay de todo, menos unas galletas mejores que estas» y, en otra, «en el Mercado del Raval hay de todo menos unas galletas mejores que estas».

En el entorno digital, la segmentación es más fácil que nunca: casi todas las herramientas de publicación de anuncios (por ejemplo, Google Adwords o Facebook Ads) permiten definir una versión del anuncio para cada área geográfica. Esto resulta muy útil, por ejemplo, para salvar escollos del lenguaje.

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Por ejemplo, puedes utilizar en un anuncio un copy escrito con español latino para que se publique en los países latinos y un copy diferente para España. Una agencia de turismo puede elegir encabezar su anuncio con una foto típica de cada lugar de distribución del anuncio o todo lo contrario: puede mostrar, precisamente, aquello de lo que carezcan unos u otros (porque tal vez, si eres del interior, deseas ver una playa).

Para una cercanía física radical, es decir, que el anuncio llegue a la persona en el punto exacto de la ciudad en el que se encuentra (por ejemplo, un restaurante o centro comercial), existen el marketing de geolocalización y de proximidad, que usan la posición de la persona, la lectura de un código QR situado en un espacio físico e incluso su cercanía a una red bluetooth para enviarle un mensaje u otro.

Un ejemplo tradicional de marketing de proximidad es el reparto de folletos en mano: te aseguras de que todos los receptores están en la zona que te interesa.

Los cotilleos, de toda la vida, se han referido a personas que ambas partes conocían. Si el sujeto y objeto en cuestión no es cercano, no tiene interés. La publicidad segmentada geográficamente procura que a las personas les resulten cercanos los productos para que, a partir de entonces, todo lo relativo a ellos les concierna.

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